Benito Jerónimo Feijoo: Defensa de las mujeres (extracto)
En grave empeño me pongo. No es ya sólo un
vulgo ignorante con quien entro en la contienda: defender a todas las mujeres,
viene a ser lo mismo que ofender a casi todos los hombres: pues raro hay que no
se interese en la precedencia de su sexo con desestimación del otro. A tanto se
ha extendido la opinión común en vilipendio de las mujeres, que apenas admite
en ellas cosa buena. En lo moral las llena de defectos, y en lo físico de
imperfecciones. Pero donde más fuerza hace, es en la limitación de sus
entendimientos. Por esta razón, después de defenderlas con alguna brevedad
sobre otros capítulos, discurriré más largamente sobre su aptitud para todo
género de ciencias, y conocimientos sublimes.
Frecuentísimamente
los más torpes del vulgo representan en aquel sexo una horrible sentina de
vicios, como si los hombres fueran los únicos depositarios de las virtudes. Es
verdad que hallan a favor de este pensamiento muy fuertes inventivas en
infinitos libros: en tanto grado, que uno, u otro apenas quieren aprobar ni una
sola por buena.
A
la verdad, bien pudiera responderse a la autoridad de los más de esos libros
con el apólogo que a otro propósito trae el Siciliano Carduccio en sus Diálogos
sobre la Pintura. Yendo de camino un hombre, y un león, se les ofreció disputar
quiénes eran más valientes, si los hombres, si los leones: cada uno daba la
ventaja a su especie; hasta que llegando a una fuente de muy buena estructura,
advirtió el hombre que en la coronación estaba figurado en mármol un hombre
haciendo pedazos a un león. Vuelto entonces a su contrincante en tono de
vencedor, como quien había hallado contra él un argumento concluyente, le dijo:
Acabarás ya de desengañarte de que los hombres son más valientes que los
leones, pues allí ves gemir oprimido, y rendir la vida un león debajo de los
brazos de un hombre. Bello argumento me traes (respondió sonriéndose el león):
esa estatua otro hombre la hizo, y así no es mucho que la formase como le
estaba bien a su especie. Yo te prometo, que si un león la hubiera hecho, él
hubiera vuelto la tortilla, y plantado el león sobre el hombre, haciendo gigote
de él para su plato.
Aquellos que ponen tan abajo el entendimiento
de las mujeres, que casi le dejan en puro instinto, son indignos de admitirse a
la disputa. Tales son los que asientan, que a los más que puede subir la
capacidad de una mujer, es a gobernar un gallinero.
Estos hombres superficiales ven que por lo común las
mujeres no saben sino aquellos oficios caseros, a que están destinadas; y de
aquí infieren que no son capaces de otra
cosa. Sin embargo, de que las mujeres no sepan más, no se infiere que no tengan
talento para más.
Nadie
sabe más que aquella facultad que estudia, sin que de aquí se pueda colegir,
sino bárbaramente, que la habilidad no se extiende a más que la aplicación. Si
todos los hombres se dedicasen a la Agricultura (como pretendía el insigne
Tomás Moro en su Utopía) de modo que no supiesen otra cosa, ¿sería esto
fundamento para discurrir que no son los hombres hábiles para otra cosa? Entre
los Drusos, Pueblos de la Palestina, son las mujeres las únicas depositarias de
las letras, pues casi todas saben leer, y escribir; y en fin, lo poco, o mucho
que hay de literatura en aquella gente, está archivado en los entendimientos de
las mujeres, y oculto del todo a los hombres; los cuales sólo se dedican a la
Agricultura, a la Guerra, y a la Negociación. Si en todo el mundo hubiera la
misma costumbre, tendrían sin duda las mujeres a los hombres por inhábiles para
las letras, como hoy juzgan los hombres ser inhábiles las mujeres. Y como aquel
juicio sería sin duda errado, lo es del mismo modo el que ahora se hace, pues procede
sobre el mismo fundamento.
Manuel
Vicent, Cuerpos (El País, 16/09/ 2012)
Una joven atractiva, mientras se
maquilla ante el espejo del cuarto de baño para ir a trabajar, recita una nueva
versión del monólogo de Hamlet: ser o no ser, esta es la cuestión, levantarse
todos los días a las siete de la mañana y tener que aguantar a un jefe
despótico, machista e incompetente, todo por mil y pico euros al mes, o
renunciar a esta lucha agotadora y quedarme en la cama para dormir, tal vez
soñar, junto a un marido vulgar, a quien con un poco de maña puedo dominar a mi
antojo. Este dilema aciago parece haber arraigado en buena parte de la juventud
femenina. Frente a aquella generación de mujeres, que en los años sesenta del
siglo pasado decidió ser libre y realizó un arduo sacrificio para equipararse a
los hombres en igualdad de derechos e imponer su presencia en la primera línea
de la sociedad, cada día es más visible una clase nueva de mujer joven, incluso
adolescente, que ha elegido utilizar las clásicas armas femeninas, que parecían
ya periclitadas, la seducción, la belleza física y el gancho del sexo para
buscar amparo a la sombra de su pareja y recuperar el papel de reina del hogar.
Puede que la moral de la iglesia católica se haya aliado con la crisis
económica para imbuir tenazmente en la mujer la idea que vuelva a casa, críe
hijos, se ponga guapa y complazca en todo a su marido. Si una chica acude a
diario a machacarse en el gimnasio, si se atiborra de silicona, si camina sobre
unas plataformas increíbles, si decora su piel con toda suerte de tatuajes,
¿busca sentirse saludable y fuerte para luchar por sus derechos o, tal vez,
solo trata de convertir su cuerpo en un objeto de deseo, en un arma de combate
frente a los hombres? Ser o no ser. ¿Qué es mejor, soportar a un jefe tirano
que me explota o a un marido mediocre que me llevará a París si le hago un
mohín de gatita? Puede que el dilema no sea tan rudo, pero aquellas mujeres que
en el siglo pasado lucharon como panteras por su dignidad, sin tiempo para
pintarse los labios, tienen ahora unas nietas hermosas, siliconadas, tatuadas
con serpientes y mariposas, dispuestas a claudicar en sus derechos, con tal de
ganar la otra batalla, el viejo sueño de sentirse adorables y tener al macho de
nuevo a sus pies en la alfombra.
Comentario crítico de Carmen López Chao (2º de bachillerato). Defensa de las mujeres, Benito Feijoo.
A lo largo de la historia la mujer se ha visto marginada y discriminada en todos los ámbitos relacionados con el intelecto. Se consideraba que sólo estaban capacitadas para hacer las labores domésticas y el cuidado y educación de los hijos. Estas creencias estaban más arraigadas, si cabe, en la Iglesia. No podemos olvidar que el propio Santo Tomás de Aquino estaba absolutamente convencido de la inferioridad femenina. Por tanto resulta sorprendente que sea precisamente un religioso del s. XVIII el que salió en defensa de la igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer.
El padre Feijoo
asegura y defiende que la inteligencia de la mujer no es menor que la del
hombre, sino que el problema estuvo durante siglos en el hecho de que la mujer
no tuvo acceso a la misma formación que este y si una persona no tiene la
suerte de recibir una instrucción adecuada, es imposible que sepa realizar
otras cosas. Pero quizás esto es lo que pretendían los hombres para seguir
dominando el mundo.
Es una aberración
que a la mujer se la haya privado del derecho a la formación durante la mayor parte
de la historia de la humanidad, puesto que las mujeres son un ser humano
exactamente igual que los hombres y no es justo que no hayan tenido los mismos
derechos.
Además resulta muy
sorprendente que si se pretendía que fuesen ellas las encargadas de educar y
cuidar a sus hijos, ¿cómo es posible pensar que puede realizar esa tarea tan
importante un ser tan poco lúcido? Esto no es más que el reflejo de toda la
hipocresía que acompañó durante tanto tiempo, en la mayor parte de las
civilizaciones, a la humanidad.
Comparto también la
opinión de Feijoo en la que explica el motivo de que esta situación se haya
mantenido durante tanto tiempo, sustentándola con el cuento del hombre y el
león. Efectivamente, el hombre era quien gobernaba y dictaba las leyes, y lo
hacía de modo que esta situación no fuese reversible; es decir, al igual que en
la fábula, él se representaba como el fuerte e inteligente, otorgándole a la
mujer el rol de débil y torpe, puesto que no les interesaba que estas tuviesen
acceso a la formación, ya que el conocimiento podría provocar que las mujeres
se rebelasen contra esta situación y los despojasen del poder.
A día de hoy, aunque
pudiera parecer que la mujer tiene las mismas oportunidades que el hombre, lo
cierto es que en cualquier empresa o en el terreno político vamos a ver que los
puestos más importantes los siguen ocupando mayoritariamente el género
masculino, como si la mujer no fuese capaz de discurrir igual que ellos.
Esto es igual de
indignante que encender la televisión y observar que casi todos los anuncios de
limpieza están protagonizados por mujeres.
En definitiva, las
mujeres somos iguales, pero durante siglos fueron discriminadas y privadas de
un derecho tan importante como es la formación (el conocimiento otorga la
libertad), para que fuesen seres sumisos a las órdenes de los varones.
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